Permítase llorar, un gran beneficio para su salud
Una buena llantina de ojos rojos y unos cuatro pañuelos bien empapados a penas produce un mililitro de líquido. Y, sin embargo, la sensación de alivio, la catarsis resultante, desborda cualquier intento de ser medida. ¿Qué misterio encierran las lágrimas? ¿Por qué es una condición que separa al ser humano del resto de los animales si es una expresión del dolor, común a todos?
Los investigadores no han dado respuesta a todas las cuestiones que esta expresión corporal suscita; el llanto emocional se aferra a su condición de rareza y es aún uno de los enigmas biológicos pendientes de descifrar en toda su dimensión. Entre tantos millones de conexiones neuronales, es difícil delimitar el mecanismo cerebral exacto que lo desencadena. Sin embargo, sí existe cierto consenso científico en señalar este acto como beneficioso para la salud. También al contrario: reprimirlo sistemáticamente perjudica al organismo. Cabe recordarlo ahora que la pandemia de Covid-19 nos sume en la crisis.
No es descabellado preguntarse si ha sido 2020 el año en el que más se ha llorado. Claro está, nadie lo sabe. Solo las paredes de los hogares, si además de oír hablasen, podrían decirlo. Ahora bien, razones parece que hay de sobra: por las pérdidas, la impotencia, las renuncias, la soledad, las incertidumbres… Por ello se antoja oportuno retomar el consejo de los especialistas en Psiquiatría y Psicología: «Cuando lo sienta, aflore, lo necesite… Permítase llorar».
Fue el microbiológo Alexander Fleming quien a principios de siglo XX descubrió que las lágrimas contienen lisozima, una sustancia antibacteriana que protege frente a las infecciones
Mónica Pereira es psicóloga clínica, coordinadora del grupo de Emergencias del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COP), buena conocedora de esta realidad. Ella recomienda a sus pacientes llorar y no controlarse. «Animo a hacerlo en alto, sin reprimirse. A veces hay que buscar el lugar adecuado –conozco quienes lo hacen en la ducha como el lugar más íntimo–, pero no creo que haya que controlarlo cuando asoma esa tensión, cuyo motivo no logras identificar, pero que desaparece en cuanto puedes derramar unas lágrimas».
Esta especialista apunta además a la función que tiene de desbloqueo mental. «Si me permito llorar, luego puedo concentrarme en otras cosas. Ante una emoción fuerte que me altera, sea cual sea su naturaleza, toda mi energía está centrada en quitarla. Si la acepto y lloro me permitirá hacer otras cosas. Dejo pasar el malestar; alivia», explica.
Para la psiquiatra Ana Sala, estudiosa del fenómeno biológico del llanto especialmente en la infancia, es conveniente identificar la causa. «Hay que tratar de asociar las lágrimas con ese dolor que las provoca para superarlo».
¿Le resulta obvio? No lo es tanto si se tiene en cuenta que hay personas incapaces de hacerlo. Denominadas ‘alexitínicas’, no pueden conectar con sus emociones. «Nunca están demasiado tristes ni todo lo contrario. Tampoco experimentan ‘disconfort’. Nunca les pasa nada… No se sienten ni demasiado bien ni demasiado mal. No han madurado emocionalmente», apunta Sala. No lloran, pero a veces les duele la barriga, la cabeza… «Suelen tener una expresión física del malestar psicológico». ¿Por qué?
57 litros es la cantidad mínima de lágrimas que los seres humanos producimos de media cada año. El máximo ha sido fijado en 114 litros
Pereira defiende que el llanto, desde un abordaje estrictamente fisiológico, puede ser un mecanismo de compensación. «Culturalmente se ve como una mala gestión de las emociones, como un signo de inmadurez o debilidad, pero la Ciencia defiende que es una forma que tiene el cuerpo de regular», advierte la experta. Y ahora sí, la explicación puede está en la misma lágrima. Exactamente, en su composición.
A principios del siglo XX ya se comenzó a estudiar el llanto en este sentido y se vio cómo el contenido de las lágrimas difería en función de su causa. Y es que el ojo humano produce tres tipos: las continuas, que bañan la córnea a modo de lubricante; las reflejas, producidas por irritantes –polvo, humo– cuando invaden el ojo; y lágrimas emocionales –o psicógenas– que surgen de la tristeza o la alegría.
En las primeras, por ejemplo, el microbiólogo Alexander Fleming ya observó un componente antibacteriano que les otorgaba categoría de barrera frente a las infecciones.
Los neurólogos también descubrieron que las segundas, las de reflejo, pueden ser reprimidas si se corta la rama oftalmológica del quinto nervio facial. Algo que no impide que fluyan las lágrimas de pena o alegría. De ahí que se diga que el proceso neurológico que las desencadenan sea aún desconocido. ¿Qué razón de ser tienen entonces?
Las lágrimas no son una solución salina, sino que tienen una composición similar a la saliva y contienen enzimas, lípidos, metabolitos y electrolitos. También una mezcla de moco y aceites para adherirse al ojo
El científico que ha dado una explicación más prometedora -sin llegar a ser concluyente- ha sido el bioquímico norteamericano William H. Frey. Junto a su equipo, realizó en la década de los 80 diversos experimentos para comparar en laboratorio la composición de las lágrimas en función de su motivo.
Él sostenía que la razón por la que muchas personas se sienten mejor después de llorar es que pueden estar eliminando, en sus lágrimas, sustancias químicas que se acumulan durante el estrés emocional, como lo son las hormonas asociadas a este último. Si todas las demás funciones excretoras sirven para eliminar sustancias nocivas y desechos del cuerpo, ¿por qué no iba a suceder lo mismo con las lágrimas?, planteaba Frey.
La comparación de las muestras recogidas entre los participantes de sus estudios (unos pelaron cebollas y otros vieron escenas de películas tristes) corroboró su tesis: las lágrimas emocionales eran químicamente diferentes, ya que contenían un 21% más de proteínas. Desde entonces, la investigación se ha concentrado en tres de ellas: la leucina-encefalina, una sustancia química cerebral de la familia de las famosas endorfinas, que se cree que afectan las sensaciones de dolor; una hormona pituitaria conocida como ACTH; y otra hormona pituitaria, la prolactina, que estimula la producción de leche en los mamíferos.
Fuente: @elcorreo.com
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