Sabotaje | Por Rocío Prieto Valdivia | Colaboradora
Fue aquella mañana de un miércoles cuando decidiste acabar con esa relación que iba tan bien, te auto saboteaste, no merecías tanta felicidad, él era 5 años mayor que tú, estabas a punto de rayar en los cincuenta, las canas en la sien lo hacían ver espectacular, le encantaba estar contigo, pasear a tu lado.
Pensaste en jamás volver a verlo, te hirió tanto ver su felicidad con otra que no eras tú. La tarde de un viernes, para tu mala fortuna, ahí estaba al lado tuyo, fingiste hablar por teléfono en tono sarcástico para que ellos te escucharan y supieran lo feliz que, según tú, eras.
Pero por dentro te estabas llevando la chingada. Además de estar hecho todo un galán, el hombre olía al perfume que tres años atrás le regalaste porque se te dio tu gana. Él te adoraba de manera tal que nadie lo había hecho. Le encantaba verte sonreír, te dejaba las llaves de su departamento, te llevaba comida, te hacía todo tipo de regalos. Te besaba a media calle, RiveroI, te cantaba mientras te hacía el amor. Pero tú, con esa maldita soberbia, la maldita altanería, tu indecisión y todo ese absurdo empoderamiento de moda, lo dejaste ir.
Muchas veces te has repetido frente a tu reflejo que no te importó, que no lo querías demasiado, que disfrutas verlo feliz, pleno, realizado. Pero no es así porque evitabas ir a los lugares comunes para ambos, porque cada vez que se encontraban, él te agarraba a besos. Hasta que un día llegaste del brazo de otro al café donde él solía llegar antes de entrar a trabajar, esa relación solo duró unas semanas, mandaste a volar a ese otro porque aún amabas al cantante.
El mismo hombre al que ahora ignoras. Él que está sentado a un lado tuyo en ese café Internet que aún sobrevive en la zona centro. Terminas de hablar por teléfono, pones una canción, le alargas el auricular, él te sonríe. Te sigue amando, al irse te da un beso en la frente, pone en tu mano una paleta, Tutsi Pop.
Lo ves partir, y tú, entre sollozos, te lamentas por esa maldita altanería, porque pudo más el orgullo. No estás con nadie, no piensas volver a enamorarte. Sigues enamorada de él te lo repites mientras escuchas la canción de Contigo aprendí. Mientras va avanzando la música, tú te vuelves a ese mes de junio entre sus brazos, cuando los perros dejaron de ladrar y tú te ibas envolviendo en sus besos, en esa piel morena, en sus movimientos como las olas del mar, él te cantó al oído y tú eras una sirena. Te acuerdas de que no solamente hacían el amor, también era tu cómplice, te hacía observaciones, le gustaba verte leer, te conoció leyendo en ese café Internet que ya no está en la calle sexta y Miramar, ahora es un fondita de comida casera a la cual has ido varias veces, para acariciar su recuerdo, y casi siempre pides un café, unos chilaquiles con mucho queso. Le pides a la mesera que te dé aguacate y te ponga una taza extra, la mesera extrañada te observa de reojo cuando acercas la taza hacia ti y la pones frente a ti, lo que ella no sabe es que él mágicamente aparece al lado tuyo. Te sonríe, te acaricia las mejillas y todo florece de nuevo, por unos instantes has revivido todo ese paraíso en el cual eras feliz. Pero dentro de ti sabes que todo es una fantasía que bastará con cerrar el libro para que desaparezca y vuelvas a tu vida cotidiana, tendrás que caminar unos pasos, cruzar el puente, encontrar a tus alumnos, leer en la esquina que estás en el eje oriente esquina con Isabela Católica cerca del hotel Ayenda Costa Azul. Pero mientras tanto disfrutas de esa locura tan tuya.
Te repites que, si supieran, te llevarían directo al manicomio. Pero tú así eres feliz al evocarlo. Jamás te vas a perdonar haberlo perdido y sobre todo ahora que al fin eres libre. Tus hijos ya crecieron. Ya no te necesitan tanto. Piensas cada vez que entras a la fonda qué hubiera pasado si no fueras tan indecisa en tu manera de relacionarte con los hombres y no llegas a ninguna conclusión.
Siempre te auto saboteas, te gustaría volver a esos días junto a Uriel, ahora sí te asegurarías de poner en tu historia toda la felicidad deseada junto al único amor verdadero, el cantante del póster pegado a tu costado izquierdo mientras abordas el metro de Isabela Católica al bosque de Chapultepec.
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